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María Rojo de la Vega: la historia de amor, fe y superación detrás de Alexander Acha
Ciudad de México.- Hace 14 años, el 23 de julio de 2011, el mundo perdió a una de las voces más poderosas y singulares de la música contemporánea. Amy Winehouse fue hallada sin vida en su departamento de Londres a los 27 años, como una consecuencia de una intoxicación etílica tras años de sufrir por el alcoholismo, la ansiedad y los fantasmas del abandono. El público se preguntaba ¿qué pasó si lo tenía todo? Tenía fama, fortuna, talento… pero vivía atrapada en un torbellino de dolor emocional que el éxito no apagó, al contrario.
Amy Winehouse no solo luchó contra las adicciones, sino contra una vida sin estructura interna, sin red de apoyo familiar, emocional, estable y sin la capacidad de decirse no a sí misma.
Hoy, casi 15 años después, su historia es una advertencia sobre todo para las nuevas generaciones. Porque no siempre es cierto que la libertad mal entendida, hacer lo que quieres, cuando quieres, sea el camino hacia la plenitud. A veces, la libertad sin propósito ni dirección solo multiplica el vacío.
La plenitud se ha malentendido, actualmente los jóvenes confunden qué es vivir plenamente, en su libro Rumbo a la plenitud, el rector de la Universidad Anáhuac, Cipriano Sánchez García, explica que la plenitud es felicidad, pero esta no solo es la alegría pasajera, “es que yo he logrado cumplir aquello que para mí es un bien, que me hace bien”. Y agrega si entendemos esto “seguro no te vas a confundir en tus decisiones”.
La cultura del “haz lo que quieras” y sus víctimas más jóvenes
En esta época de competencia feroz en las redes sociales, la autenticidad se promueve como valor absoluto, el caso de Amy Winehouse nos obliga a reflexionar sobre el mensaje cultural que escuchan los jóvenes de sus influencers: “Sé tú mismo, sin límites. Haz lo que sientas.” Pero, ¿qué pasa cuando lo que uno siente está profundamente herido?
De acuerdo con The Baring Foundation, organización británica que promueve el acceso a la salud mental en sectores vulnerables, la historia de Amy Winehouse es un llamado urgente a repensar cómo la sociedad y en especial la industria del entretenimiento, afecta a los artistas emocionalmente frágiles y cómo puede cambiar esto en un acompañamiento positivo antes de que su imagen pública los consuma por completo.
Su legado no debe limitarse a la música que dejó, sino también a la necesidad de crear entornos seguros, conscientes y humanos para quienes, como ella, llevan el alma al límite frente al reflector. La artista británica se convirtió en una figura atrapada entre la libertad artística y la esclavitud emocional; el éxito no sanó su historia personal, ni le dio dirección. Sus canciones, tan auténticas como desgarradoras, eran un grito de ayuda disfrazado de genialidad.
Eduardo Brik, psicoanalista, señala que Winehouse presentaba indicios claros de un trastorno de apego severo. “Las adicciones no son solamente una elección errada, son también una forma desesperada de llenar un vacío de pertenencia o de amor que no fue satisfecho en la infancia”, explica en su análisis clínico de la vida y obra de la artista.
¿Es libertad cuando no puedes decirte que no a ti mismo?
Amy Winehouse podía hacer lo que quisiera. Vivía sin horarios, sin rutinas, sin estructura, grababa cuando lo sentía, salía de gira si quería. Cancelaba entrevistas, escapaba de clínicas de rehabilitación, se perdía en las calles. Su cuerpo era libre. Pero su alma no.
La libertad auténtica no es la ausencia de reglas, sino la capacidad de elegir lo que nos hace bien incluso cuando no es lo que más se desea. Como se puede ver en su documental o en la película Back to Black, Amy no podía decirse que no a sí misma, no tenía una brújula interna que le indicara cuándo parar. Y eso, en una industria que lucra con el exceso, puede ser letal.
El alma también necesita límites, verdad y dirección
Amy Winehouse no murió solo por exceso de alcohol. Murió por falta de sostén emocional. Por no tener redes que resistieran la presión de la fama. Por no contar con una estructura familiar fuerte que la ayudara a sanar su dolor. Como apuntan en Neuroclass, sitio especializado en neuropsicología y salud mental, “sus relaciones fueron marcadas por la dependencia emocional, el abandono y la falta de límites sanos.”
“El alma también necesita normas. No como prohibición, sino como contención. La fama sin verdad interna es una prisión disfrazada de libertad”.
¿Qué podemos aprender hoy, 14 años después?
La muerte de Amy Winehouse no es solo una efeméride musical. Es una oportunidad para hablar de lo que realmente importa, el apoyo familiar, los límites; para recordarle a los adolescentes que la fama no cura el alma; que la libertad sin verdad ni guía puede volverse autodestructiva. Que la autenticidad es valiosa pero necesita una base emocional sólida desde donde expresarse.
Su historia revela que el talento, por sí solo, no salva y que el aplauso no sustituye al amor.
También es un llamado a los padres. A mirar más allá y preguntarse sobre sus hijos: ¿sabe elegir? ¿sabe decirse que no? ¿tiene a alguien que lo escuche de verdad?
Amy Winehouse sigue cantando en nuestras memorias. Pero su silencio final debería hacernos ruido.
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