Las mejores comedias románticas del cine clásico

Para muchos de los primeros cineastas, una trama comenzaba siempre con el «chico encuentra chica» –«boys meets girl»-, al que seguían el «chico pierde chica» y, si termina bien, el «chico consigue chica». Más allá de que esto resultará insultante para los defensores de lo políticamente correcto, esta premisa es una de las bases de las películas más afortunadas de la historia en ese género tan popular (pero tan pocas veces considerado en los premios -en los festivales se aspira a la trascendencia seudofilosófica-) como es la comedia romántica.

Para analizar el género en la historia del cine —sonoro, para no alargarme aún más— bien se puede recurrir a un retrato por décadas, aunque al final del artículo se tratarán subespecies sin contar el apartado cronológico. En ningún caso se busca aquí hacer una lista exhaustiva, y seguro que se pierden por el camino algunas joyas.

En los años 30 la comedia romántica aún tenía alto predicamento entre los académicos. Sucedió una noche (1934), dirigida por Frank Capra, es una de las tres películas que ganó los cinco grandes Oscar, entre ellos los de Claudette Colbert y Clark Gable. De magnífico guion, impecable en su dirección, en esta película sobresale la escena del autostop y la rueda que se bloquea tras portentoso frenazo.

Un maestro de la comedia romántica fue Charles Chaplin, con obras maestras del género como Luces de la ciudad (1931). Sin embargo, la protagonista femenina de sus obras, un tanto dependientes del destino o del enamorado, contrasta con la mujer desenvuelta y liberal que comenzó a destacar en aquella época.

La actriz que mejor ha encarnado la mujer fuerte seguramente fuese Katharine Hepburn, que volvió a Hollywood —tras un fracaso de taquilla del que hablamos aquí hace poco y que aparecerá más adelante— de manera triunfal con Historias de Filadelfia (1940), impecable comedia dirigida por George Cukor y con el dúo de actores James Stewart y Cary Grant. Impecable trío amoroso en una crítica de la guerra de sexos que a muchos les parecería hoy digna de cancelación.

De ese mismo año es Luna nueva, la segunda versión del mismo guion, y del que más adelante Billy Wilder sacaría su primera plana. Aquí, la gran novedad era convertir a Hildy Johnson en una mujer, también ejemplo de profesional fuerte y decidida. Otra vez Cary Grant, esta vez enamorando a Rosalind Russell, a las órdenes de Howard Hawks.

Howard Hawks, probablemente el director de más amplio registro de la historia, también dirigió Bola de fuego (1941), improbable romance entre un sabio y una femme fatale, a saber, Gary Cooper y Barbara Stanwyck. El guion lo firmaron Charles Brackett y Billy Wilder, a punto de comenzar su inolvidable carrera como director.

Curiosamente, cuatro de las cinco películas hasta aquí señaladas pertenecen al subgénero disparatado de la screwball comedy, tan necesario para animar espíritus tras la Gran Depresión.

También de los 40 es La costilla de Adán (1949), quizás la más famosa de las colaboraciones entre la Hepburn y Spencer Tracy. Película de juicio y abogados, muestra a la perfección un mundo muy avanzado para lo que se suele decir de la época. La mujer manda sobre el marido, y este consigue lo que quiere gracias a unas lagrimitas.

Al hablar de los años 50, es inevitable hablar de Vacaciones en Roma, comedia romántica a pesar de los pesares, a pesar de los pasos solitarios de Gregory Peck al final del filme. Fue la presentación y consagración de Audrey Hepburn. Rodada fuera del estudio, mostró muchos cambios de paradigma, y una diferencia de edad entre galán y chica que era bastante habitual en la época, como bien muestra las también espléndidas Sabrina (1954) y Ariane (1957), ambas con la otra Hepburn.

De los 50 se menciona poco una joya ineludible: Mi desconfiada esposa (1957), con Gregory Peck y Lauren Bacall, y dirigida por Vincente Minnelli. Pocas veces un filme se ha sabido reír tan bien de los estereotipos masculino y femenino gracias a este inopinado matrimonio formado por una diseñadora de moda y un periodista deportivo.

De 1959 son dos películas que muestran cambios que anunciaban los años 60. En Con faldas a lo loco, Billy Wilder se atrevió a trastocar un sinfín de elementos dramáticos y cinematográficos al son del trío protagonista: Tony Curtis, Jack Lemmon y Marilyn Monroe. En cuanto a Confidencias a medianoche, mostró a la pareja Rock Hudson y Doris Day, una rubia bien diferente a la Monroe, pues siempre hizo de mujer fuerte y decidida pero impecablemente femenina.

Y así llegaron los 60, con películas que muestra el avance de los tiempos. En Desayuno con diamantes (1961), la protagonista -impagable la otra Hepburn– es una mujer que vive de los hombres; basada en la novela corta -o cuento largo- de Truman Capote, Hollywood tuvo a bien aligerar el conflicto y a mal cambiar radicalmente el final. Y El apartamento (1960), que tiene mucho de drama en esta improbable historia de final feliz bajo palabra de honor.

En los 60, ciertamente, se comenzaron a rodar historias diferentes, como el imposible amor, con mucho de comedia bufa, entre un policía y una prostituta en Irma la Dulce (1963) que, como El apartamento, volvió a reunir a Wilder, Lemmon y Shirley MacLaine. Y no sé muy bien si incluir Dos en la carretera (1967), porque el amor otoñal entre Audrey Hepburn y Albert Finney parece apuntar a un género diferente.

De la misma década son dos musicales gloriosos que pertenecen a la categoría de comedia romántica: My Fair Lady (1964), tan políticamente incorrecta que ha tornado en deliciosamente transgresora; y Hello, Dolly! (1969), con la que quizás sea la más sorprendente pareja protagonista de siempre: Barbra Streisand y Walter Matthau.

Si hablásemos de musicales como soporte de comedias románticas, se podrían escribir muchos otros artículos. Porque, después de todo, por ejemplo, las películas de Fred Astaire, Los caballeros las prefieren rubias o Cantando bajo la lluvia pertenecen a este género cinematográfico.

Por otro lado, a lo largo de los años se ha repetido una trama en la que una mujer alocada y diferente termina poniendo patas arriba la ordenada vida de un hombre serio y estricto. En La fiera de mi niña (1938), Katharine Hepburn volvió loco a Cary Grant a las órdenes de Hawks. En Su juego favorito (1963) -otra vez Hawks-, Paula Prentiss abría al caos la vida de un tranquilo Rock Hudson en una película con algunos de los mejores gags de la historia -las escenas de pesca son hilarantes-. En ¿Qué me pasa, doctor? (1972) era la Streisand la que volvía loco al guapísimo Ryan O´Neal a las órdenes de Peter Bogdanovich.

Eran los 70 y el paradigma estaba a punto de cambiar diametralmente. En concreto, en 1977.

En este artículo faltan muchísimas comedias románticas, como Ninotchka (1939), Cómo casarse con un millonario (1953), Pijama para dos (1961), El noviazgo del padre de Eddie (1963) y muchísimas más. Porque, después de todo, aunque no siempre reciban premio, muchas películas siguen partiendo del «boy meets girl», hoy en día más confuso que nunca gracias al wokismo. Pero el principio narrativo, supongo, seguirá siendo el mismo, ¿no?

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