Elegantes y transgresoras: así era la moda en el Perú hace cien años, según el libro de Daniela Terreros Roldan | ELDOMINICAL

La palabra francesa “garçonne” significa “chica masculina”. Durante los locos años veinte, la primera ola feminista propugnaba no solo la igualdad entre hombres y mujeres y el derecho al voto, sino también la abolición de prendas incómodas y restrictivas. Sumados a la tendencia, los diseñadores crearon una estética que desafió las normas de género. De la tradicional cintura como reloj de arena afilada por incómodos corsés, el nuevo ideal femenino postulaba los trajes de corte recto, falda pantalón, chalecos y camisas para envolver una silueta andrógina y elegante. Prendas que ofrecen libertad de movimiento que se convierten en símbolo de una feminidad redefinida.

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Un ejemplo encontrado en nuestros archivos: a inicios de la década del veinte, en la galería Entre Nous, centro de la actividad cultural limeña, se presentó una ambiciosa exposición histórica de abanicos y El Comercio aprovechó el acontecimiento para hacer una encuesta entre sus lectores: ¿Debían las mujeres usar abanicos? Las respuestas, numerosas, obligaron al diario a publicarlas durante varias semanas. La población se había dividido entre tradicionalistas aferrados a la tradición hispanista de la ciudad y quienes, en su mayoría mujeres, afirmaban que tales accesorios debían devolverse al cajón de las abuelas. “Las mujeres estamos para conducir automóviles, no para agitar abanicos”, escribió una lectora.

¿Cómo se da este salto tan espectacular en la historia de la moda? Como señala la historiadora Daniela Terreros Roldan, autora del libro “Elegantes y transgresoras”, todo proceso de cambio en la indumentaria está ligado a su contexto histórico, social, cultural, económico, incluso político. “Hasta fines del siglo XIX, la mujer, dedicada a su familia, era vista más como objeto que como sujeto en su sociedad”, explica. Hasta entonces, al igual que en Europa, la moda entre las limeñas era restrictiva e incómoda, imponiendo a las mujeres la silueta del reloj de arena, ajustándolas con corsés y sujetándoles pesados armazones llamados guardinfantes, polizones o miriñaques cubiertos por metrajes de tela. “Sin embargo, en el contexto de la revolución industrial, cuando las nuevas clases trabajadoras utilizan su tiempo libre para ocupar el espacio público en las ciudades, prendas más funcionales y prácticas son una necesidad”, afirma Terreros.

La historiadora Daniela Terreros Roldan, autora del libro “Elegantes y transgresoras”.

La historiadora Daniela Terreros Roldan, autora del libro “Elegantes y transgresoras”.

/ NelRos7

No se trata solo de un mero cambio de trajes, accesorios y recorte de cabello. Hablamos de independencia y abandono de los antiguos símbolos femeninos. Codo con codo con el sufragismo y la liberación experimentada con el fin de la Gran Guerra, la garçonne se convirtió en una abanderada del feminismo que nació al mismo tiempo que se publicaba “La Garçonne”, una famosa novela de Victor Margueritte, tachada de obscena y libertina tras su publicación al mostrar a mujeres emancipadas. Eran los años del jazz, los clubs nocturnos y los bailes de charlestón, con famosas estrellas de cine como Marlene Dietrich como íconos de estilo.

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Para la investigadora, no es casual que todos estos cambios suceden en el oncenio de Leguía, un presidente enamorado de todo lo extranjero. En Lima, la moda francesa nos había influenciado desde la colonia con los borbones, algo que se fortaleció luego en los tiempos de la República aristocrática. En el gobierno de Leguía, su interés por inversiones se divide entre Estados Unidos y Francia. Y estaba maravillado por ambas influencias culturales. Hay muchas fotografías donde se ve a Leguía paseando con damas de claro estilo garçonne.

Para la historiadora sanmarquina, la moda no solo refleja el cambio, sino que lo impulsa. “La moda en los años veinte trató de reflejar un espíritu identitario y de empoderamiento a partir del vestido. Estas prendas fueron un acto performativo para las mujeres. Hoy solemos olvidarlo, pero hace un siglo, cortarse el cabello, usar maquillaje, o llevar vestidos de líneas rectas era una osadía, una forma de romper con una incómoda práctica vestimentaria de siglos”, explica.

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Publicada por el Fondo Editorial de la UNMSM, la investigación da cuenta de esta revolución cultural protagonizada por las clases altas limeñas y una mesocracia emergente que aspiraba a emular a la élite y compartir sus espacios de entretenimiento y consumo cultural. Para su trabajo, Terreros investigó en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, profundizando en las revistas “Variedades”, “Mundial” y “La revista semanal”, que dedicaban buena parte de sus páginas a textos que daban cuenta de estas transformaciones en la moda femenina.

"Elegantes y transgresoras", publicado por el Fondo Editorial de la UNMSM, da cuenta de esta revolución cultural protagonizada por las clases altas limeñas y una mesocracia emergente.

«Elegantes y transgresoras», publicado por el Fondo Editorial de la UNMSM, da cuenta de esta revolución cultural protagonizada por las clases altas limeñas y una mesocracia emergente.

Pero es en “La revista semanal”, publicación dedicada entre los años 1927 y 1934, la que con mayor profusión se dedicó a esta temática, publicando figurines e Ilustraciones de la casa Oeschle o de otras tiendas de moda, en su mayoría ubicadas en el Jirón de la Unión, donde el diseño de las prendas se luce con todos sus detalles. Sus portadas son especialmente atractivas que reflejan esta revolución. Así, junto a ilustradores de moda peruanos tan relevantes como Reynaldo Luza (quien instalado en Nueva York llegó a trabajar para la prestigiosa Vogue) y Julio Málaga Grenet (conocido especialmente por sus caricaturas políticas), en “La revista semanal” destaca el trabajo gráfico de un creador que resulta un notable hallazgo en la investigación de Daniella Terreros Roldán: el arequipeño Manuel Benavides Gárate.

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La investigadora conoció de Manuel Benavides Gárate leyendo una nota al margen en un artículo dedicado a los ilustradores arequipeños activos en los años veinte. En su investigación, encontró su trabajo publicado en “La revista Semanal”. “Me maravillé. Me deleitaba con sus portadas, comparables a las que publicaba “Vogue” en la misma época”, señala Terreros, quien espera acopiar pronto más información del artista, quien a diferencia de sus más importantes colegas que partieron al extranjero a buscar oportunidades, él permaneció en el país.

Por supuesto, estos cambios encontrarían resistencias, incluso entre las vanguardias intelectuales de la región. Como señala la historiadora sanmarquina, revistas de la época dan cuenta cómo en Argentina los hombres detestaban que las mujeres se maquillaran los labios en forma de corazón. En Colombia, a las usuarias de la moda garçonne se les llamaba despectivamente “mujeres espárrago”; “machonas” en Chile y en México, “pelonas”. En el país azteca, como moda importada de Francia, se reaccionó con hostilidad hacia el afrancesamiento de las mujeres. Se dieron casos en que a las jóvenes se les castigaba en público rapándoles la cabeza en pleno zócalo.

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En Lima, aunque la transgresión de las limeñas que preferían el traje sastre, los sacos con solapa y las faldas rectas no resultaba tan radical como la vivida en las calles de Europa, la protesta masculina no fue muy diferente. En las publicaciones de época reseñadas por Terreros, se las tachó de “libertinas” o “mujeres muchacho”, consideradas gente de mal vivir. En los textos de la época, otro gran temor es muy visible: el peligro que supone lo andrógino. La posibilidad que supone en la sociedad moderna borrar las diferencias entre hombres y mujeres. “Los artículos de los intelectuales que se oponían a esta moda coincidían no solo en criticar que las mujeres se vistieran con trajes que consideraban propios del varón, sino también en su interés por participar de la academia o la política”, explica la investigadora.

A fines de los años veinte, las luces de la garçonne empezaron a declinar. La crisis económica y la caída del régimen leguiísta, con una creciente amenaza de guerra, marcaron un antes y un después en la moda. A comienzos de la década siguiente, la feminidad volvería a expresarse en términos tradicionales. Regresó el cabello largo y la falda larga, mientras las telas se hicieron más gruesas. Los cambios anunciaban una tragedia que acechaba y que, en pocos años, se haría realidad.

¿Qué quedó de aquella revolución? Para Terreros, el periodo de entreguerras propició la libertad que supuso la estética garçonne. “Todo estaba alineado: los movimientos feministas, el fin del caos de la guerra, el empoderamiento femenino. Pero poco a poco, el sistema terminó imponiéndose”, señala. Después de la Segunda Guerra Mundial, otro estereotipo de mujer se impuso, lejos de la funcionalidad de la moda garçonne y los diseños de Chanel. “Surgen los diseños de Dior y se regresó a la silueta curvilínea, el cuerpo como reloj de arena, la feminidad en su máximo esplendor. Las revistas ilustradas ya no mostraban a las mujeres en el espacio público, sino de regreso al espacio doméstico, en propagandas de electrodomésticos, al cuidado del esposo y de los hijos. Una tendencia que intentó volver a los cánones anteriores”, advierte. Aunque parezca mentira, nuestras bisabuelas resultaron más audaces que nuestras abuelas o madres. “Lo que hace 100 años hicieron estas mujeres fue muy fuerte. Pintarse la boca, ponerse pantalones, era entonces toda una provocación”, añade.

SOBRE EL AUTOR

Enrique Planas (Lima, 1970) es escritor y periodista cultural. Es autor de novelas Orquídeas del Paraíso, Alrededor de Alicia, Puesta en escena, Otros lugares de interés y Kimokawaii. La Feria Internacional del Libro de Guadalajara lo reconoció como uno de Los 25 secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana.

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