Cincelar el cuerpo femenino: un repaso a la moda escultural que triunfa en 2024

En 1967 varios vestidos en gazar de Balenciaga acapararon las páginas de Vogue: Irving Penn fotografió a Susan Murray en septiembre con el famoso diseño ‘Chou’, integrado por una voluminosa capa que envolvía la cara como si fuese una rosa negra. David Bailey inmortalizó otras dos creaciones – nupcial y de noche – igual de icónicas: “Balenciaga da a la tela una pureza y una calma que nada puede perturbar. Las curvas ovaladas al bies del gazar se extienden tensas a lo largo de un tocado y una cola de novia, una capa de cena y un vestido”, describía con ceremonia la revista un par de meses antes.

El gazar de Balenciaga vino a esculpir el cuerpo de forma distinta a como lo consiguió otro español, Mariano Fortuny, con sus plisados, pero la suya es otra historia. El polifacético inventor influyó especialmente en Issey Miyake: “Como Fortuny, incorpora la tecnología y la ciencia – su Orfei es el Miyake Design Center – para innovar y crear algo con un valor universal sin perder la calidad mágica del traje, que trata como una obra de arte”, explica Guillermo de Osma en la biografía más reseñable sobre Fortuny. Mientras que los plisados del granadino se fundían al cuerpo, los del japonés sirvieron para crear estructuras en torno a él. Su proceso es al revés: en vez de cortar y coser telas plisadas, plisa la prenda a través del calor y la presión. En la primavera de 1995 presentó unos vestidos que igual evocaban las lámparas de papel japonesas que los vestidos orientalistas ‘Minaret’ de Paul Poiret para la obra de teatro homónima de 1923.

Una escultora llamada Madame Grès

Más cercano a la aproximación de Fortuny estuvieron las diseñadoras que volvieron a poner la vestimenta grecolatina en el punto de mira a comienzos de s. XX. Los pliegues ‘efecto mojado’ que consiguió Balmain sobre Zendaya en 2021 a partir del cuero tienen su origen más reciente en los trabajos sobre punto de seda de creadoras como Madeleine Vionnet y, sobre todo, Madame Grès. Ella fue la más tenaz en esta disciplina artística: “Quería ser una escultora. Para mí, la ropa o la piedra son la misma cosa”, repitió a lo largo de su vida. No es casualidad que la retrospectiva esencial que se le dedicó en 2011 se alojase en el museo parisino del escultor francés Antoine Bourdelle, ni que el libro que escribió al respecto de ella el afamado comisario Olivier Saillard (para la exposición homónima de 2013) llevase por título Sculptural Fashion. Con su arte del drapeado, Germaine Krebs (su verdadero nombre) convirtió a la jet-set en un grupo de renovadas korai: sus pliegues se entrelazan, chocan y bifurcan, esculpiendo delicadamente la figura femenina, sin esconderla bajo tiránicas líneas rectas. La idea es siempre realzar, deslizarse como el agua para garantizar la libertad de movimientos que ya defendió en su día Vionnet tratando de romper, precisamente, contra la dictadura del corsé.

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