seis diseñadores que cambiaron las reglas del armario femenino

Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, nos recuerda la importancia de seguir velando por la igualdad y el camino recorrido hasta la fecha por nuestros derechos. La moda, reflejo inagotable de nuestra sociedad y sus veleidades, es uno de los testigos de este camino.

A lo largo de la historia, numerosos diseñadores se esmeraron en crear diseños pensados para la mujer visionaria, libre, audaz y segura de sí misma. Sus colecciones reflejaron la búsqueda de un cambio, no solo estético, sino de percepción global.

Con motivo de este 8M, cabe recordar la aportación de estos modistos cuyo legado artístico y social es tan inmenso como ejemplar.

Gabrielle Chanel

Pocas diseñadoras fueron tan innovadoras como Coco Chanel (1883-1971). La modista, que popularizó el uso abundante de perlas, del vestidito negro o de la camiseta marinera, en tiempos de exuberancia, ha marcado la historia de la moda y del feminismo.

«La aportación de Coco Chanel al armario de la mujer fue la que planteaba para ella misma. Esa fue su clave; una mujer diseñando para la época. Como sucedió con Sonia Delaunay, que fue embajadora de su propia firma, un árbitro del estilo. Chanel creaba la ropa que ella usaba y, por tanto, un guardarropa básico para una mujer trabajadora, activa y que practicaba deporte«, según Ana Llorente, Investigadora y Docente del Área de Moda de UDIT.

Gabrielle Chanel, en una foto de archivo.


Gabrielle Chanel, en una foto de archivo.

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Por ello, se alejó de formas y texturas tradicionalmente asociadas a una feminidad extrema, para crear siluetas más fluidas y confortables, destinadas a facilitar el movimiento. «No solo trasladó un tejido propio del hombre, tal como el jersey, al armario de la mujer, reforzando el confort, así como destruyendo activamente lo aceptable como material de lujo en el seno mismo de la Alta Costura», destaca la docente.

Numerosos diseños supusieron una pequeña revolución: «Con sus ‘pijamas de playa’, ayudó a popularizar el pantalón, que había entrado en los armarios femeninos anteriormente. Tomó prestados de los pescadores bretones los suéteres a rayas. En 1926, lanzó la petite robe noire (pequeño vestido negro), que sería comparado con el coche Ford, aludiendo a su popularidad casi universal como básico de la moda. Fue un vestido en crepe negro concebido tanto para el día como para la noche, que se convirtió en un elemento básico para Chanel a lo largo de las temporadas posteriores y en una pieza clásica de la ropa de mujer en adelante», concluye.

Su interés por la funcionalidad también propició el surgimiento de complementos cuyo impacto pervive hasta hoy, las bailarinas bicolor y los bolsos. «En la búsqueda de comodidad, Coco Chanel decidió crear un bolso que permitiera a las mujeres tener las manos libres mientras lo llevaban. Ya que antes de los años 50 las mujeres solo podían llevar bolsos en la mano, de esta manera con su nueva creación aportaba libertad y comodidad a las mujeres, convirtiéndose en la opción favorita del momento hasta ahora gracias a sus características, diseño y calidad. Este modelo pasó a llamarse Chanel 2.55, y recibió su nombre gracias a la fecha de su creación: 2 de febrero y 55 para el año 1955″, según recuerdan los expertos de LOUÉ.

Christian Dior

Además de recordarnos que «ninguna mujer con clase es esclava de la moda», el modisto francés (1905-1957) ideó una silueta inédita, destinada a celebrar el poder del cuerpo. «La más notable aportación del modista de Granville fue el alejamiento de la austeridad de los trajes sastre de grandes hombreras y tejidos, como el tafetán que caracterizó el vestir femenino durante la Segunda Guerra Mundial gracias a las Utility Collections«, subraya la experta.

Su colección más mítica, presentada el 12 de febrero de 1947, fue calificada por la editora estadounidense Carmel Snow como ‘New Look’ por su aspecto revolucionario. ¿El motivo? «Resucitó códigos historicistas de la ultrafeminidad como la línea caída del hombro y la silueta ‘reloj de arena’, basada en cinturas de avispa y ampulosas faldas como la ‘corola’ del traje Bar. Se trataba de la metáfora de la mujer flor que, por un lado, suponía el retorno a la idea de la Alta Costura parisina como fuente de sofisticación y ensoñación», recuerda Ana Llorente.

Christian Dior,  en una foto de archivo.


Christian Dior, en una foto de archivo.

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Pero su aportación fue más allá: «A lo largo de la breve década en la que Christian Dior dirigió su maison antes de morir, quiso reinventar el armario femenino a través de siluetas que liberaban el cuerpo de constricciones«.

Esta herencia ha sido recuperada por Maria Grazia Chiuri, ahora directora creativa de la casa. La profesional siempre mostró su firme interés por crear siluetas que abrazan naturalmente las curvas femeninas y recuerdan la importancia de la liberación del cuerpo.

«Hay que resaltar a este respecto la colección pre-fall de 2018 y su campaña publicitaria, marcada por el movimiento del #MeToo, inspirada no solo en la artista performativa queer Claude Cahun, también en el ensayo de Linda Nochlin Why have there been no great women artists? (‘¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?’), cuya publicación coincidió con aquel 1947 de la primera colección de Christian Dior», según Ana Llorente.

Elsa Schiaparelli

Su apellido sigue siendo sinónimo de éxito y no es casualidad. La diseñadora italiana  (1890-1973) consiguió derrumbar las reglas, con un enfoque artístico inédito. El vestido langosta, diseñado en 1937 con una imagen del crustáceo pintada por Salvador Dalí, es uno de sus mejores ejemplos.

«Empresaria cambiante, desdibujaba las fronteras entre la moda y el arte y entre la vida y el arte. Enigma glorioso, era (según a quién se preguntara) escurridiza o escandalosa, impactante por su libertad, su falta de inhibiciones y su aparente incapacidad para preocuparse por las convenciones. Como dijo de ella su íntimo amigo Salvador Dalí: ‘Nadie sabe cómo se dice Schiaparelli, pero todo el mundo sabe lo que significa’», recuerda la casa.

Elsa Schiaparelli, en una foto de archivo.


Elsa Schiaparelli, en una foto de archivo.

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Ana Llorente subraya: «De su trabajo trasciende la idea de que afrontemos el vestir y la moda desde el desafío a los convencionalismos, la defensa de la idiosincrasia y una libertad creativa que no teme al humor y la extravagancia. Una ruptura con cánones más academicistas para la alta costura, y la moda en general, que se traduce en la opción del empleo de colores llamativos y combinaciones poco ortodoxas, tejidos y materiales experimentales, hilos metálicos, estampados basados en trampantojos».

Continúa remarcando que, «al margen de las tendencias que pudiese aportar a nuestro armario, al igual que predecesoras como Vionnet, dejó la huella de su ejemplo como mujer modista que desafió el control patriarcal y trazó con tesón y sin dependencias económicas una carrera impecable».

Cristóbal Balenciaga

El ‘maestro de la costura’ (1895-1972), ensalzado por sus contemporáneos, consiguió marcar con sello propio la historia de la moda por sus diseños de altísima calidad, consideradados auténticas obras de orfebrería.

La docente destaca «la libertad que regalaba a la mujer, gesto con el que demostraba su admiración y respeto por el universo femenino». Creó la silueta ‘barril’ que desdibujaba el cuerpo con un lenguaje cubista (plano en el frente, volumen en la espalda), pensando en comodidad y versatilidad.

«Despegó el vestido de nuestros cuerpos a través de la aplicación de un pensamiento arquitectónico y escultórico del traje. Aunque nunca abandonó los historicismos que remitían ocasionalmente a siluetas más anatómicas, la línea ‘túnica’, ‘saco’, vestidos ‘baby doll’, la línea ‘tulipa’, continuaron ese hilo de pensamiento del cuerpo femenino con el que, no en vano, pretendía perfeccionarlo. Era un sentido de perfección que trascendía lo formal y ligaba la belleza al funcionalismo, representando con sus trajes el poder y potencial de la mujer», destaca Ana Llorente sobre el diseñador, quien también se puede considerar un precursor del movimiento beauty positive al elegir iconos como Colette como embajadoras.

Cristóbal Balenciaga, en una foto de archivo.


Cristóbal Balenciaga, en una foto de archivo.

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«Siempre había una manera de manejar la relación de sus colecciones con su clientela que lleva a concluir que Cristóbal Balenciaga respetaba que eran aquellas mujeres las que infundirían la identidad final del traje, las que tenían la última palabra. Era perfectamente consciente de que, sin ellas, no se completaba el significado de sus diseños. No imponía identidades», subraya la experta.

Vivienne Westwood

Punk, irreverente e innovadora. Así podría definirse la diseñadora británica (1941-2022) que consiguió salirse de las líneas como pocos en el sector de la moda.

«Tras su experiencia con su tienda de Kings Road, Westwood fue la promotora de la domesticación de la contracultura del punk como estilo de moda desde su bautismo en París en 1982. Integró dentro de lo normativo y aceptable el empleo de tejidos rotos o deshilachados; un elogio de la imperfección apoyada casi coetáneamente por Yohji Yamamoto y Rei Kawakubo», detalla Ana Llorente.

Popularizó tendencias como las chaquetas de cuero, los pantalones de bondage, los imperdibles en la ropa en colecciones como Clothes for Heroes.

Vivienne Westwood, en una foto de archivo.


Vivienne Westwood, en una foto de archivo.

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Para la investigadora, junto a Jean-Paul Gautier, «rompió con la invisibilidad de la ropa interior y, así, preludió la moda lencera. En concreto, y dentro de un estilo neorromántico, lo hizo a través del empleo del corsé en una pieza exterior. Desde una perspectiva de género, nos ayudó a resignificar una prenda, que tradicionalmente se consideró impuesta por la sociedad patriarcal decimonónica, para revelar una función contraria a la creída: la de dotar a la mujer del control sobre su sexualidad y cómo quería representarla».

Su falda mini-crini, una crinolina en tweed presentada en 1985 es, entre otros, la prueba de que la diseñadora bebía de diferentes influencias, entre ellas, la realeza, el estilo barroco o el rococó.

Yves Saint Laurent

El couturier francés (1936-2008) fue otro de los indudables artífices del cambio de vestuario femenino. Primero en la casa Dior, luego en su firma homónima, se preocupó en crear diseños destinados a liberar el cuerpo de la mujer, respondiendo a su necesidad de cambio, allá en los años 60.

«Saint Laurent inundó todo de iconos como Le Smoking, inspirado en Marlen Dietrich, que, en 1966, se convirtió en el primer esmoquin diseñado para mujeres. Entallado y comúnmente combinado con altos tacones, aportó al vestir de la mujer un recurso para transmitir fortaleza sin perder la sensualidad y sexualidad más provocativa, como supo comprender Helmut Newton en su representación fotográfica».

Yves Saint Laurent, en una foto de archivo.


Yves Saint Laurent, en una foto de archivo.

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Por ello, «de alguna manera, con ese equilibrio entre la apropiación de códigos tradicionalmente construidos como masculinos y la sexualidad femenina manifiesta, fue precursor del power dressing de la década de los ochenta de un Claude Montana, Thierry Mugler o Giorgio Armani».

«Bajo el mismo discurso se inspiró en los uniformes del ejército británico cuando estaban destacados en India para lanzar la sahariana; pieza de culto que Veruschka posó con aire salvaje ante el objetivo de Franco Rubartelli, y que años más tarde volvería a popularizar Kim Kardasian. No obstante, también señalaría la mítica transferencia a la moda de la obra de artistas como Wesselmann o Mondrian por parte del modista de Argel», concluye la experta.

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