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Noche ochentera: así vuelve la década excesiva que protagoniza la tendencia más potente de la primavera 2025
Hoy el armario invita a colarse en fiestas, bailar hasta morir y enamorarse de la moda juvenil. Al menos, de la generación que creció cantando Mecano o Cindy Lauper a pleno pulmón: este año trae la consolidación definitiva de la estética ochentera, que ya había asomado tímidamente sobre la pasarela el pasado otoño. La década del exceso y la decadencia representa la apuesta más significativa de la primavera-verano 2025, latente en las superposiciones de Emporio Armani, las siluetas nostálgicas de Marni o la suntuosidad cromática y textil de Saint Laurent. “Las propuestas de 2025 ofrecen cierto toque lúdico y brindan la oportunidad de, una vez más, jugar a disfrazarse”, sostiene Iain R. Webb, académico de la Universidad de Kingston y autor de As Seen in Blitz: Fashionising ‘80s Style, citando esa filosofía marcada por los brocados, el encaje o el terciopelo. “Fueron el ostentoso uniforme de una élite social que aparecía en las columnas de cotilleos, parodiada por Tom Wolfe en La hoguera de las vanidades”, señala este experto.
Con Valentino al frente, las colecciones actuales apelan a esa imagen de la jet-set que bien podría haber salido de un capítulo de Dinastía. Pero en lo relativo al corporativismo de los yuppies, las referencias resultan algo más reposadas. En Louis Vuitton, su director creativo Nicolas Ghesquière hablaba de un concepto, ‘soft power’, que se ha acabado extendiendo a otras firmas como Bottega Veneta, Rabanne o Stella McCartney. Vuelven las propuestas sartoriales, las americanas oversize y las hombreras rotundas, sí. Pero sus tejidos son más fluidos; sus colores, más suaves; y sus líneas, más amables que las que propusieron en su día diseñadores como Claude Montana. “Creo que hay una nueva concepción del poder y se refleja en la estética exhibida. Estamos en una era post-Barbie”, medita Ilya Parkins, profesora especializada en moda y estudios de género de la Universidad de British Columbia. “Hay un uso más consciente de los códigos femeninos y una mezcla intencional con ellos. Ahí tenemos a artistas como Chappell Roan, Charli XCX o incluso Sabrina Carpenter, cuyas letras divertidas e irónicas contradicen su apariencia de niña inocente”, declara. Para Parkins, este juego es una postura muy poderosa en sí misma, ya que rechaza “la idea de una feminidad ‘natural’”, en favor de una más performada que se “elige de manera activa”.
Aquí radica el que quizá sea uno de los ganchos para atraer a la generación Z con la tendencia: más allá de su potencial añoranza por otra década no vivida, la fusión de códigos tradicionales de género que marcó los 80 conserva su plena vigencia en 2025. “En esta época se diluyeron muchas inhibiciones previas. Las faldas, los cardados y el maquillaje se incorporaron a los hábitos de muchos hombres (no necesariamente homosexuales), y la conquista de ciertas prerrogativas del atuendo masculino se generalizó entre las mujeres”, apunta Juan Gutiérrez, experto del Museo de Traje de Madrid. Así, en un mismo look podían convivir, por ejemplo, hombreras de quarterback, codificadas como ‘masculinas’ (muy en línea, por cierto, con las que se pusieron de moda en los 40), con colores brillantes y un maquillaje vistoso, tradicionalmente más vinculados a la imagen de la mujer. Al exceso que unía ambas estéticas se le añadió una gran libertad creativa que, según Gutiérrez, desembocó en propuestas de lo más llamativas. Esta búsqueda de la individualidad también podría resonar en la disparidad de opciones que ahora pueden encontrarse en un mismo desfile. No solo en términos de ropa: a las prendas ya de por sí barrocas se le puede añadir otra capa extra con accesorios rotundos que democratizan la creación de un estilo muy personal. En los 80, los avances tecnológicos y la difusión de materiales plásticos que apro- vechó la moda facilitaron el hecho de poder desmarcarse de los demás. Hoy esta intención no ha cambiado y sigue siendo más sencillo de conseguir a través de un look muy recargado: “Cuando Tino Casal se ponía un reloj de pulsera, no llevaba uno, sino tres o cuatro en la misma muñeca”, ejemplifica Gutiérrez.
A muy grandes rasgos, el panorama que contextualizó el desarrollo de esta moda hedonista también guarda ciertos paralelismos con el actual. Es imposible no aludir al calado en los 80 de los mandatos neoliberales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. En términos estéticos, Parkins enmarca la fusión de códigos femeninos y masculinos que invadieron el armario de la mujer en una era de discrepancia social: “La visión feminista más colectivista no había desaparecido del todo, pero estaba tratando de adaptarse a las nuevas realidades de un conservadurismo en auge”, explica. Por su parte, Gutiérrez alude a cómo estas políticas se tradujeron en el vestidor, con un retorno a estilos (el canon entallado y voluptuoso de los años 50) igual de tradicionales: “Se buscó refugio en los excesos, camuflando la angustia vital con actitudes entusiastas”, comenta. Hoy parece repetirse un escenario global definido por el conservadurismo político y una compleja situación geopolítica que también afecta al sector: “En esos contextos, la búsqueda de vías de escape y la fantasía en cualquiera de sus formas parecen ser más aceptadas por las masas, que son quienes en último término dan forma a las corrientes del gusto imperante”, opina Gutiérrez en un enfoque de evasión que comparte con Webb. “Frente a la ansiedad generalizada, la moda, que es una industria que persigue el beneficio económico pero plantea también soluciones o formas de alivio a las problemáticas cotidianas, propone formas de distracción que contrarresten esa ansiedad. Quizás por ahí, consciente o inconscientemente, llegará esa recuperación de la vocación escapista de la moda de los años 80”.