¡Tu carrito está actualmente vacío!

una revolución polémica entre la moda, la salud y la presión social
Hoy es muy común, pero el sujetador o sostén es una invención relativamente reciente. Esta prenda de ropa interior marcó un antes y un después en la moda, la salud femenina y los debates sobre el cuerpo de la mujer. Detrás de este accesorio hay una historia compleja de moda, cambios sociales y reinvindicaciones.
Y es que el sujetador ha sido mucho más que una prenda de ropa interior: ha reflejado los valores, las tensiones sociales y los cambios de cada época. Nació como una alternativa más saludable al corsé, se convirtió en símbolo de feminidad normativa y, ahora, se convierte en elección personal en una época en la que la mujer reclama más que nunca su derecho a decidir sobre su cuerpo.
De los corsés al sujetador
Durante siglos, el corsé fue la prenda de ropa interior femenina por excelencia en Europa. Su función principal era moldear la silueta según los cánones de belleza de cada época, pero a costa de la comodidad y, muchas veces, de la salud. Los corsés apretaban las costillas y los órganos internos, dificultando la respiración y comprometiendo la salud.
Ya en el siglo XIX, algunos médicos empezaron a advertir de sus efectos negativos, mientras surgían movimientos feministas que criticaban su uso por considerarlo una forma de control social sobre el cuerpo femenino. Así, empezaron a surgir alternativas menos restrictivas y que daban más espacio al cuerpo para respirar, en sentido literal y metafórico.
La primera patente de un sujetador como tal se concedió en 1889 a la francesa Herminie Cadolle, quien dividió el corsé en dos partes y diseñó la sección superior como una prenda independiente, que llamó le bien-être (“el bienestar”). Esta versión primitiva del sujetador ya usaba tirantes para sujetar el pecho sin oprimir el torso.
Sin embargo, no fue hasta 1914 que la estadounidense Mary Phelps Jacob (más tarde conocida como Caresse Crosby) patentó lo que se considera el primer sujetador moderno: un diseño hecho con dos pañuelos y una cinta, mucho más ligero que los corsés. La historia popular cuenta que Jacob lo creó improvisadamente para asistir a una fiesta, ya que su vestido de noche no se acomodaba al corsé tradicional. Su invento causó sensación entre sus amigas y pronto se animó a comercializarlo, aunque con poco éxito: acabó vendiendo la patente a la compañía Warner Brothers Corset Co. por apenas 1.500 dólares. La empresa ganaría millones con el invento en las décadas siguientes.
La popularización en tiempos de guerra
El sujetador comenzó a crecer en popularidad en los años 20 y 30, en paralelo a una moda femenina más liberadora. Pero fue durante la Segunda Guerra Mundial cuando se convirtió en un artículo de uso masivo y por un motivo práctico: se recomendaba a las mujeres trabajadoras, que habían sustituido a los hombres en fábricas, que usaran sujetadores por seguridad para evitar accidentes con maquinaria.
Fue en ese contexto que el sujetador pasó a ser una prenda prácticamente universal en Occidente y, con ello, hubo la necesidad de diversificarla. Las empresas de lencería comenzaron a desarrollar copas con tallas estandarizadas (identificadas con letras en la mayoría de países) para facilitar la producción industrial y adaptar el producto a los diferentes tipos de cuerpo.
También se popularizaron los sujetadores con diseños más complejos y que buscaban no solo funcionalidad, sino también embellecer la figura. Sin embargo, no todas las mujeres se sentían cómodas con las expectativas que esto creaba. En los años 60 y 70, con la llegada de la segunda ola del feminismo, el sujetador fue duramente criticado por algunas activistas, que lo veían como una forma de opresión similar al antiguo corsé y como un elemento de cosificación del cuerpo de la mujer.
En la actualidad, el sujetador vive una nueva transformación. Si en el siglo XX representaba una forma de conformarse a un canon estético, hoy las marcas apuestan por la diversidad de cuerpos y ofrecen modelos muy variados, que van desde la alta lencería a los sujetadores deportivos que priorizan la comodidad. Al mismo tiempo, ha crecido el movimiento “free the nipple” (libera el pezón), que promueve no llevar sujetador como un acto de autonomía corporal.
Desde su creación, el sujetador ha sido objeto de reflexión constante: ¿Es una herramienta de liberación, una prenda práctica o una imposición estética? ¿Su uso responde a una necesidad física real o a una presión cultural? Desde el punto de vista médico, los estudios han matizado muchos mitos: no hay evidencia de que prevenga la caída del pecho, y su uso debería responder a factores personales como la comodidad o las preferencias personales. Hoy, más que nunca, el sujetador no es solo una prenda de vestir.